miércoles, 15 de octubre de 2008

Ojos

OJOS

Consume la ira más salvaje que haya en tu corazón
TIRESIAS (EDIPO REY)

La bala apareció de la nada, como un trazado en tiza sobre el pizarrón. Los que oyeron el ruido que produjo su cuerpo al caer, corrieron solícitos. Tenía los ojos abiertos y sorprendidos; en medio de su frente brotaban, mezcladas, sangre y masa encefálica.
Alertado, el policía de la esquina, inmediatamente pidió una ambulancia al SAME. Como pudo, un oficial organizó el cordón de seguridad para tratar de preservar el lugar del crimen, mientras otros uniformados buscaban entre los primeros testigos algún dato del rompecabezas que tenían en ciernes.
Un operario de C5N, conectaba la antena parabólica, mientras el camarógrafo trasmitía las primeras imágenes al aire. Los demás canales, llegaron en busca de datos del occiso y algún curioso que pudiera aportar una nota de color. En solo diez minutos, la esquina fue asaltada por la turba informativa.
Mientras los de Balística tomaban medidas y, por el estudio del recorrido de la bala, observaban los balcones y terrazas de las esquinas, centraron su atención en el edificio del Gimnasio y subieron en horda, en busca de rastros del asesino. La tarde sedienta tenía un festival de luces, bocinas y asombros.
Un sonido seco, imperceptible entre el bullicio, como en el día del Juicio Final, tocó la frente del muchacho de la cámara y dos segundos después, el periodista, con micrófono en mano, fue a parar de bruces al piso, un tercero que estaba parado detrás, descubrió el trazo rojo de una mira telescópica, mientras caía alcanzado por el fuego. El griterío enloqueció a los policías; entre ellos y los medios periodísticos, un francotirador, un loco, había asesinado a cuatro personas frente a sus narices, ante un público de miles de personas, en vivo, a todo el país.
De pie y al lado de los caídos, el de Crónica registraba la tragedia, mientras alguien, desde los estudios centrales, sobreimprimía en rojo “TRAGEDIA EN BOEDO” “LOCO FRANCOTIRADOR MATA PERIODISTAS”. Fue lo último que pudo mostrar, él también recibió un balazo en la nuca que lo dobló como a un muñeco con su cruz a cuestas y terminó filmándose los pies en medio de un charco de sangre.
Todo el mundo salió corriendo hacia los cuatro puntos cardinales. Desde los carteles de la esquina de San Juan y Boedo antiguo, del tango Sur, un último disparo trazó una línea recta hasta el mismo corazón de un pobre hombre, un desconocido, un don nadie, que acertaba a pasar, embretado en un abrigo raído y una gorra negra, paseando por última vez, a su perro.
Después, el espacio se llenó de misterio y soledad, alguien, que en la confusión había alcanzado a escapar por San Juan, dejó olvidada una escopeta y un cuaderno con poemas.
Garrapateados, llevaba la cuenta de cada uno de los caídos y, al decir de un buen sabueso: al loco le faltaba una muerte. Se movilizó personal de brigadas especiales, se prohibió el recorrido del subte de la línea “E”, mientras, con perros adiestrados, transitaban las vías buscando rastros. Los colectivos cambiaron su itinerario; todo el mundo debería permanecer en sus hogares y denunciar inmediatamente algún sospechoso en sus edificios. Los porteros de la zona, fueron acompañados por personal policial, para revisar todas las azoteas.
Las ambulancias que, haciendo trepidar sus alarmas, a gran velocidad por la avenida San Juan, llegaban a constatar los muertos, partían vacías por disposición del Juez de turno. Alguien llamó al novecientos once y algunos patrulleros partieron por Avenida San Juan, Era una tarde de invierno, las luces habían caído silenciosamente y la noche reinaba sobre el barrio. La denunciante, afirmaba haber visto correr a un hombre, cruzar intempestivamente Sánchez de Loria y esconderse desesperado. La policía irrumpió en tropel, subieron las escaleras jadeando y derribaron la puerta del salón de un puntapié, sujetándolo antes de que atinara a sacar una pistola de su bolsillo. Él los miró a los ojos, en el taller literario del Julián Centeya.
Víctor Troncoso

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