jueves, 22 de noviembre de 2007

Blues

Un perro encontró la muerte sobre el camino de tierra.Apenas había sol y la luna,entre nubes,mostraba su sonrisa cómplice.Muchas imágenes se asocian como un viejo blues de Lighting Hopkins : el odio,el olvido,la tristeza,la soledad,todos ellos sumados a las marcas de los grilletes sobre sus tobillos.
Ya no hay palabras que demuestran la belleza del adios,moscas,conejos y otros perros aprovechan la última página del libro devorando su piel.
No hay únicos momentos.Hay eternos momentos que pasan por delante nuestro y son como las palabras de los amigos.Irrepetibles momentos que se olvidan cuando te sumergís en la tina y conteniendo la respiración decís “un poco mas” “un poco mas” hasta pesarte tanto el corazón explotando en eternos gritos que la humedad del techo tan bien conoce.


Roberto
10-05-2007

lunes, 19 de noviembre de 2007

LA CESTA

Hay una cesta que cada mañana desfila por las calles, junto a las otras de humeante pan.

El que la lleva, no va orgulloso con su carga, su frente muestra la tristeza, la pena, la imposibilidad. Su espalda inclinada por un peso no querido.

Son los que no han podido nacer. Los que soñaron por un tiempo demasiado breve en el interior de los vientres.

Cristina Scarlato

martes, 6 de noviembre de 2007

Profundo Sueño

Rodrigo era ambicioso. Nada le alcanzaba. Tenía más de lo que necesitaba para estar satisfecho, pero quería más. Su familia tenía mucho pero mucho dinero. Más de lo que ustedes pueden imaginarse. Cuando Rodrigo cumplió los 21 años, sus padres le compraron una casa para el solo. Por mes sus padres le daban una cifra incalculable de dinero para que pudiera realizar sus actividades diarias, cosas que una persona con mucha plata estaba acostumbrada a hacer.
Pero él, necesitaba más dinero cada vez más dinero. Tenía un gusto especial por este. Era materialista y posesivo. El solo hecho de tenerlo en sus manos lo hacia sentir poderoso.
Se había vuelto tan amante del dinero desde que llevaba esta nueva vida, que guardaba la suma que le daba su padre por mes en la cama, ya que así podría tenerlo cerca, cuidarlo, sentirlo parte de él.
Dejó de jugar al tenis, de ir a bailar, de comprar las cosas que le gustaban, y también las que necesitaba para vivir. Se había vuelto tan ahorrativo que no pagaba las facturas ni de luz ni de gas ni de teléfono. No salía a la calle por miedo a gastar. Había vendido todo lo que tenía de valor, su ropa de marca, sus muebles, sus electrodomés-ticos, lo había vendido todo. Hasta de comer había dejado, para no gastar dinero y poder tener cada vez más.
Un día Rodrigo se despertó y en su casa no había más que billetes de todos los colores desparramados por todas partes. Los ambientes parecían una gran pileta de dinero. Él estaba contento con una gran sonrisa, quiso levantarse del suelo para poder nadar en esa gran cantidad de valiosos papeles desparramados. Todo quedó en un intento, un mísero intento.
No había comido por días y días. Estaba cansado, arruinado, flaco, pero feliz. Estaba rodeado de dinero, mucho dinero y era todo suyo. Lo tenía debajo de él, lo sentía, lo podía tocar sabiendo que no lo perdería.
En un instante pensó que tanto esfuerzo y tanto tiempo de ahorro habían valido la pena. Ya sin fuerzas para desplazarse comenzó a pensar en como conseguir más. Mientras agonizaba con una sonrisa, imagino que ahorrar el aire quizás podría hacer que el dinero se multiplique.
Colocó las manos sobre su boca y se tapó la nariz sumergiéndose entre los billetes que yacían debajo de él. Dejó de respirar, de sentir, de pensar, de imaginar para entrar en un profundo sueño.
Su familia lloró sin consuelo, ni con tanto dinero podrían despertar a Rodrigo de ese sueño.

Ana Laura Chalela
15/08/2007

El Mundo de Manuel

Manuel se despertó exaltado, había tenido una pesadilla. Soñó que salía volando por la ventana de su habitación y se encontraba con algo horrible.
A su alrededor podía observar el paisaje. El cielo celeste arriba suyo, con aburridas nubes grises que tapaban al sol que intentaba aparecer detrás de ellas con un leve resplandor amarillo. Las montañas se enfrentaban a él teñidas de marrón, con escasa nieve blanca en los picos. Los árboles con sus copas verdes parecían moverse desde allí arriba, como si un viento transparente los estuviera sacudiendo. Luego miró el Lago Nahuel Huapi debajo de él. Con sus aguas claras bañaba las costas plagadas de piedras marrones.
Salió corriendo de la cama. Contó hasta tres y abrió la ventana con los ojos cerrados. Los abrió lentamente y respiró profundo al ver que nada había cambiado; el hermoso cielo violeta seguía arriba de el, con las nubes naranjas intentando tapar el sol verde esmeralda que iluminaba todo el paisaje desde allí arriba.
Las montañas seguían siendo doradas como el oro y la nieve azul marino tapaba los picos de manera sutil. Un viento rojo movía suavemente las hojas blancas de los árboles, y algunas se escapaban de él y caían en las hermosas aguas fucsias del lago. Por suerte las piedras tampoco habían cambiado el amarillo fuerte por ese marrón aburrido que había visto en su sueño.
Cerró la ventana y volvió a la cama con mucha tranquilidad, ya que todo estaba en orden. Todavía seguía viendo las cosas como siempre. No había pasado lo que el tanto temía. Manuel no había dejado de ser niño.

Ana Laura Chalela
30/08/2007

domingo, 4 de noviembre de 2007

LOS OTROS

Los otros están
ahí
desconocidos
inciertos
sin recorrer
Yo estoy
aquí
Soñando
descubrir sus sueños
Caminar juntos
Respirar la vida.

Cristina Scarlato

jueves, 1 de noviembre de 2007

EL CAMBIO

Casi siempre llueve.

El sol no alumbra como antes.

Su aspecto juvenil no revela los años vividos, ni ellos saben cuántos. Han abandonado las ropas livianas, al igual que la antigua costumbre de caminar por la orilla del mar, en los cálidos atardeceres de verano. Muy juntos abrazados, o a cierta distancia, como estudiando posibles cambios. El viejo ritual de la cacería ahora lo cumplen a solas, para que el otro no vea el hastío.

Ayer ella no regresó. Tal vez se dio por vencida o el ocasional elegido, al intuir un misterio, la hizo víctima de su seducción.

El, asomado al ventanal, observa la llegada del extraño. Cierra sus ojos y al abrirlos nuevamente, se desprenden pequeñas lágrimas sangrientas.


Cristina Scarlato