miércoles, 15 de octubre de 2008

Está mirando

Está mirando,
miro su ventana.


Recién despierto, me desperezo en la cama. En estos últimos días, me levanto más cansado que la noche anterior.
Abro las persianas metálicas, giro sobre su eje el primer postigo y luego empujo con fuerza las dos hojas sobre el gozne del marco, repito lo mismo con la otra mitad, el sol ilumina a pleno la vereda de enfrente y llena de luz mi cuarto, tomo coraje y trato de no fijar la vista en su ventana que, a más de cien metros, en un tercer piso, aparece frente a mí.
Tengo la certeza de que me está mirando. Durante todo el tiempo que lleva esta operación, no le muestro mi espalda, porque si tuviese un arma podría pegarme un tiro, pero estoy seguro que me apunta con su dedo. Siento su uña negra sobre mi frente.
El sol de le hará cubrirse los ojos con la mano, no creo que le permitan tener sus lentes ahumados.
El helado viento del sur me obliga a cerrar los ventanales, pero puedo observarlo tras los vidrios; acomodo rápidamente las cosas que dejé tiradas anoche antes de acostarme, enciendo la radio, me ubico en el escritorio donde hace dos semanas descansa un libro abierto en la misma página. Desde que él llegó, cambió mi vida.
Podría tirarme a leer en la cama, pero es más fuerte que yo, quiero verlo.
Espío entre las cortinas y trato de adivinar algún movimiento extraño, agazapado detrás
de mis lentes y con el libro en la mano, me paseo frente al ventanal, disimuladamente miro el suyo.
Conozco perfectamente la entrada del edificio sobre la avenida Chiclana, con la excusa de pasear a mi perro Rafa, paso caminando despaciosamente por la puerta, estudio los barrotes, el tejido de protección de cada una de las habitaciones que dan sobre la avenida, doy un rodeo. En la geografía de un barrio de casas bajas como éste, un edificio de tres pisos se destaca del resto, por eso puedo dar vuelta a la manzana y no perderlo de vista.
Tengo la seguridad de que su cuarto está en el contrafrente, sobre la calle Salcedo y de las seis ventanas que puedo observar, la de él es la última del tercer piso, porque es la más solitaria de todas y la única que da al vacío, con el tejido reforzado, también creo que sus paredes internas estarán cubiertas con un acolchado mullido.
Toda la casa debe girar sobre ese cuarto, como mis sueños.
Subo a la terraza a jugar con mi perro, que corre alrededor mío para quitarme uno de sus juguetes, me muerde la mano, se para en sus patas para abrazarme; le tiro una galleta bien alto y un poco atrás, de un salto, Rafa da vueltas sobre su cuerpo en el aire y cae de espaldas al piso con su precioso regalo en la boca.
Toda esta función es para él, que está oculto en esa ventana.
Pienso que no deja de mirarnos y, posiblemente, si entiende el mensaje, se le llenen los ojos de vida.
Se me ocurrió regalarle un libro de cuentos y llevarlo personalmente, con una tarjeta por el día del amigo, o mejor, buscar una tela blanca y pintar en aerosol rojo un mensaje para que pueda leerlo desde su cuarto:
“Charlie: say no more”.

Víctor Troncoso.

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