martes, 24 de junio de 2008

Sueños Posibles

Sueños Posibles

Tomó la copa en sus manos, los dedos se entrelazaron sintiendo todavía el calor de su contenido, escuchó muy por detrás y por arriba de su cabeza, una voz que le indicaba que sólo debía olerlo, e inspiró tan profundamente que sus ojos acompañaron el esfuerzo centrándose en si mismo, le pareció que su nariz apuntaba al Ganges y su cuerpo al Himalaya. En segundos, todo desapareció delante suyo, los párpados trasmitieron una oscuridad profunda, un fuerte aroma despertó a nuevos amaneceres, tierras vírgenes subtropicales y un suave temblor generalizado que nacía en su cuello y se trasmitía por la columna vertebral con la rapidez de un rayo. Aunque la copa le fuese arrebatada, sus manos ardían. Por las ventanas abiertas a la percepción de su olfato, ascendía un olor que no reconocía y que tampoco deseó decodificar, porque, extrañamente, le parecía que, en ese instante, él mismo, era el analizado por otros seres. Luego recordaría que olía a maderas perfumadas de oriente, a granos molidos que la Madre Tierra otorgaba a los más selectos druidas, siguiendo antiguas tradiciones que, algunos elegidos recibían de los maestros, en un bosque oculto a ojos humanos, desde tiempos inmemoriales. Trás las arenas de los lugares más alejados del planeta, de sorprendentes colores, con que las hadas cubrían sus alas, en un segundo plano, surgían selvas concéntricas impenetrables, a las que era imposible resistirse, enormes paredes tornaban verdes los sueños y las vidas. Mundos de casas de flores, con sabor a tarta de chocolate, coronadas con grosellas frescas y aroma a azúcar quemada.
Todavía sin abrir los ojos, vio el polvo de las estrellas suspendidas en el tiempo. Muy por detrás de la escena cotidiana, estaba la vía Láctea, en ciertas horas abierta como puerta mágica, por donde descendían los dioses a pasear por la tierra rodeados de elfos, duendes, trols y hadas, que son los seres guardianes de la naturaleza. Caminaban por el bosque y se mojaban los pies en la vertiente de la montaña.

Recordaba el color de tus cabellos y el brillo de tus ojos, cuando al fin se despabiló satisfecho. Su mente no dejaba de preguntarse por razones innecesarias, que atormentaron los sueños de aquellos que obtuvieron ésta copa con manos impuras. La llave para entender los secretos ignotos estaba suspendida ante la vista de todos, pero nadie lograba verla, aunque la estuviesen mirando, porque no podían comprender, si no se les había revelado “el camino”.
Cuando pudo abrir los ojos y entender, se dio cuenta de que nada había cambiado, miró a su alrededor con atención, el gato todavía seguía lamiéndose la pata. Estaba conciente de que, por unos segundos terráqueos, había tenido una conexión entre la realidad cotidiana y otra dimensión. Volvió a tomar la copa, a cerrar los ojos, a inclinar la cabeza, volvió a sentir que sus dedos se entrelazaban y podían sentir el calor de su bebida, pero la copa había vuelto a ser pocillo y el soma de los dioses, el elixir de la eterna juventud, un buen café de Colombia. Los dioses habían retornado a sus palacios. Los aromas celestiales provenían de sus inciensos. Simplemente un mortal, perseguido por tus ojos negros, profundos, y el punto rojo pintado en tu frente. Un hombre de sueños, fumando en su pipa de agua.

Víctor Troncoso

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