martes, 3 de junio de 2008

Cosas de Juana

Terminé de peinarme, me puse la camisa negra, el pantalón claro, tomé el saco de la silla del cuarto y cuando me iba, dejé una moneda debajo de la estampita de San Jorge. En la puerta conté hasta tres y, marcando el compás con mis botas tejanas de larga punta de cocodrilo, salí a la calle, y me fui derecho a buscarla.
—La calle está dura—me dijo Juanita, la mentirosa, mientras me birlaba parte de lo recaudado, la muy cretina.
—Escuchame bien, nunca, escuchame, nunca falta plata en las calles para una buena puta, ¿me entendés? —le dije, mientras le cruzaba la cara con una bofetada, que resonó rompiendo el silencio de la noche rebotando entre las paredes de la calle Moreno.
Desde Jujuy hasta Boedo, se pasaron el chimento como un reguero de pólvora y dieron la voz de alerta entre las laburantes, todas salieron a buscar autos y a sonreír a los giles. —¡Ojo, que se vino loco!— Y lo estaba, Juanita, pero no con vos, pero tenía que escarmentar a todas, pero no con vos, vos me podés, ¿entendés? No puedo permitirlo. Pero no con vos, porque cuando la vas de putita conmigo, de nena, de colegiala, de pupila del orfanato de monjas, me podes Juani. Y te creo el personaje y me dejo extorsionar con tus palabras mentirosas...
—¡Así!, ¡así!,¡mi amor!, ¡así! ¡cómo te siento! ¡seguí! ¡no parés! ¿Y no te acordás boluda, que todo ese espiche te lo enseñé yo?
Me sacó y le pegué una piña en un ojo que la hizo trastabillar.
Sos un pescado, pero no quiero comprar tu pescado podrido.
—¿Qué, te enamoraste?, ¡justamente vos! Que sos capaz de matar a tu vieja por un par de fasos o por una línea de merca. ¡Dejate de joder! ¡Conmigo, no!
Una trompada le reventó la boca y Juana cayó, tan mal cayó, que la cabeza rebotó en los adoquines y se quedó quietecita, como muerta. Nadie se acercó a socorrerla, nadie vio nada y hasta el cana que le estaba haciendo el filo se borró como una goma.
En el Ramos Mejía, por la mañana, llegaron de Crónica enterados de un asalto a una chica de la calle y salieron hablando de la inseguridad, de la falta de luces en las ciudad, del bajo presupuesto de la policía. Como no había testigos que entrevistar y realmente no aumentaba el raiting, cerca del mediodía, un espectacular choque entre un taxi y un colectivo en la avenida Independencia, se llevó las cámaras.
Todo el mundo aprendió la lección. No se tocó más el tema. Se repartieron las pilchas, se pelearon por las botas blancas de bucanero y por el osito de peluche que le había regalado cuando todavía era una nena, cuando aprendió conmigo a ganarse la vida. Las chicas siguen parando en las esquinas ofreciendo sonrisas y quita-penas.
Muy de vez en cuando, viene a buscarla un veterano al que Juanita le hizo creer que era el amor de su vida mientras le sacaba guita a rolete y el hombre, sabedor de todo, se hacía el que le creía y la ayudaba dándole lo mejor. Un día lo encaré al pobre y le dije que se olvide, que se fue con otro, que no venga a buscarla más, que cambió de parada.
—¿y por qué no?— me dijo—Es que a veces nos conformamos con tan poco... si con ella fui feliz, una vez en mi vida.
Lo miré al viejo con odio, estaba por darle un soplamocos, para que se avive, pero los ojos de carnero degollado del pelotudo me hicieron perdonarle la vida, porque, muy a pesar mío, el cielo es de los que creen.

Víctor Troncoso

No hay comentarios: