viernes, 13 de junio de 2008

De duendes y hadas

Las hojas, semejantes a grandes acelgas, se movían nerviosamente. Una ardilla, asustada, salió trepando por los árboles más cercanos, pero no se alejó demasiado para observar a cierta distancia qué ocurría por ahí. Al fin y al cabo, el viento no soplaba ese día. Por el contrario, una calma sospechosa reinaba en el bosque. Si casi no se oía el piar de los pájaros.

Dos ciervos cruzaron raudamente delante de sus ojos, como si huyeran de alguna persecución. A partir de ese momento todo fue calma otra vez. Ya sea por aburrimiento o por cansancio, cayó en un profundo sueño.

El más pequeño, vestido de azul, salió tímidamente de su escondite. Miró hacia todos lados e hizo señas a los demás compañeros que también aparecieron con algún temor, sacudiendo el polvo de sus coloridos trajes. Un murmullo llenó el ambiente, unos y otros querían hablar y no se ponían de acuerdo. Ninguno notó que, a pocos pasos y rodeada de luz, una esbelta figura seguía atenta sus movimientos. Cuando la discusión hubo llegado a un punto sin retorno, ella intervino, suave y decidida. Acercando su varita al grupo de duendes, el hada produjo tres giros rápidos y todos ellos fueron alcanzados.


La ardilla despertó al sentir que una ráfaga de aire la envolvía, allá abajo, entre los matorrales, danzaban en ronda los Siete Enanitos junto a Blancanieves.



Cristina Scarlato

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