miércoles, 28 de mayo de 2008

LA PRIMERA ACTRIZ

El camarín revuelto era tema de todos los días. Su temperamento flemático, impulsivo y volátil, le impedía tener las cosas en su lugar. La asistente personal ya había renunciado a guardar elementos desparramados, cuando intentaba poner orden, un cepillo volaba impetuoso y el grito estridente la ensordecía: ¡Dejame en paz!
Las sonrisas comprensivas de los que escuchaban, eran un coro silencioso de solidaridad para con la pobre mujer, que hacía años soportaba la histeria de la primera actriz.


Una noche, algo distinto pasó tras las puertas del camarín. Susurros y exclamaciones ahogadas reemplazaban al ruido cotidiano. El empresario, avisado por los demás actores de la rareza y no sin cierta impaciencia ante tanta liviandad, tocó a la puerta tímidamente al principio, luego con más energía y, al no responder a su llamado, la empujó vehemente, pero cedió sin resistencia alguna. La escena lo dejó asombrado por mucho tiempo y cada vez que la refería, miradas desconfiadas e irónicas le confirmaban que no creían en sus palabras.


El biombo, situado en una esquina del cuarto, aparecía tirado sobre el piso y en un perchero de pie, junto a chales y deshabillés, un radiante papagayo, vestido con el traje de la protagonista, miraba a su alrededor altanero. La asistente se había desplomado en una silla, completamente abatida. De la primera actriz, no quedaban rastros.


Cristina Scarlato

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