sábado, 24 de mayo de 2008

El punto

El punto (.) separa unidades autónomas

Cuando puso el punto final levantó los ojos al cielo, como aquel jugador agradeciendo a los dioses del Parnaso por el golazo de su vida, seguramente, mañana, su foto estaría en las portadas de todos los diarios del país y con un poco de suerte, en las revistas del exterior, su brazo alzado, su boca sonriendo, su salto al espacio de las estrellas consagradas.
Está para editar—se dijo— e inmediatamente le envió un mail a su correctora preferida, la escritora Scarlato; desde que era un ignoto principiante lo había ayudado y enseñado el duro oficio de la corrección. Se paró para estirar las piernas, llevaba frente a su computadora más de doce horas, preparó un café (había perdido la cuenta de cuantos había tomado), miró sin ver por la ventana pensando en el nuevo compromiso de edición y diseño de tapa, la firma del contrato, la presentación y sin darse cuenta, estaba calculando los sándwiches triples de miga o los fosforitos salados acompañados por un buen vino, que debería tener en su honor.
La Cucullu podría leer un cuento—pensó, mientras Camilo diseñaría una presentación en Power Point con fotos ilustrativas y animaría musicalmente, con algunos de sus amigos la velada. Los chicos podrían ser los mozos, Carolina estaría en la recepción, además de las fotos, cientos de fotos como para llenar varios álbum de recuerdos. Faty supervisando que todo estuviera correcto, sucediendo en el horario preestablecido. La lista de invitados sería un problema a resolver, debería mezclar (como en un casamiento) gente que jamás se vio la cara ni sospechaba de su existencia: desde autoridades eclesiales, a viejos amigos hippies, poetas, músicos, escritores, a parientes y amigos; calculó, a ojo de buen cubero, que concurrirían más de cincuenta personas, sabiendo que varios de los invitados se excusarían por el día o la hora o la distancia, tendría que regalar muchos libros ya que muy pocos querrían pagar una primera obra artesanal de un escritor novel.

Recién entonces, pudo realmente mirar por la ventana desde donde había terminado de soñar despierto, algo estaba sucediendo de una manera anormal, demasiado silencio para una noche tan hermosa, no había ni un solo auto circulando, no se escuchaba ningún ruido, sólo un leve viento soplaba imperceptible dejando caer sobre la calle, los árboles, los techos, una débil lluvia de cenizas. Recordó a su tía Pochi: sobre su casa, algunas tardes caían desde el cementerio de la Chacarita. Ella entraba la ropa que tenía tendida en el patio, cerraba puertas y ventanas mientras escuchaba la novela en la radio. Aquello era muy similar, prestó atención: nada se movía; en un impulso irrefrenable, sintiendo una voz interior, se vistió con lo primero que encontró, calzó los viejos borceguíes y una gorra con orejeras y salió corriendo de su casa.
Cuando llegó a la avenida tuvo la confirmación de lo que había sospechado, no había nadie, la ciudad estaba desierta, caminó sin rumbo, hasta que llegó a una librería. Su libro estaba en la vidriera principal, sobre el lomo, una leyenda “Vendidos 1.000.000 de ejemplares”, entró desesperado y tomó uno de la pila, no lo podía creer, su libro editado y encabezando la lista de los más vendidos en el país, es increíble —se dijo—tenía en sus manos los sueños de su vida, las anécdotas, los sufrimientos, las alegrías, las horas de insomnio, la condena de la lucha con el papel en blanco, con la hoja dura, fría y terrible, que le producía temblores y dolores de estómago. Y abrió la primera hoja, y su primera hoja tenía... sólo un punto... un punto autónomo.... un punto solo.

Salió corriendo, las cenizas inundaban la ciudad, los autos estaban cubiertos de una fina capa de muerte.
Víctor Troncoso

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