miércoles, 2 de abril de 2008

Yo y él ( ejercicio)

Nací el año de la luna roja, por descuido de un hombre, el día de los muertos. Aprendí a leer antes que caminar. Hablo portugués y francés, olvidar no sé.
Sé dejarme morir y reír.
Oigo pensamientos ajenos como la lluvia que escucha al viento y no lo cuenta.
Puedo irme lejos, sin embargo mi mundo a veces limita en un rostro que me ignora. Las paredes me asfixian. Cuando recuerdo aquel miércoles, siento que mis huesos deberían haber llorado hasta secarse, entonces me hundo y soy una roca a la que los lobos le aúllan.
Voy por el tiempo, lo hago lento, con los brazos en cruz.
Sé acariciar bandoneones, los extiendo como si fueran alas, me vuelvo azul, misterio.
Cuando cruce esa puerta, me desdoblaré, seré el que no pude ser por torpeza, y también el inevitable que combatió en mi sangre desde que nací. Mis manos serán las mismas pero mis huellas otras. Traspasaré el umbral, me quebraré como el hielo, un leve sonido a grieta desgarrada marcará el segundo exacto.
Cruzó el umbral, dobló en la esquina, tenía una cara sin pasado, sin marcas de haber reído o llorado, tenía ojos de pez, miró como si no mirara, porque todo lo que veía ni siquiera sería recuerdo. No tuvo registro de nada ni de nadie, salvo su propio cuerpo. Habló, usó sus palabras -cuchillos curvos, filosos- como si fuesen silencio. Los pequeños gestos que lo delataban, los regalaba, porque ya no le servían. Los perros le huían, el circo decidió no instalarse por su presencia. Ningún gorrión hizo nido en su cuadra.
Fue al bar, pidió un whisky, apenas lo bebió, al salir caminó hacia la izquierda, entró a un hotel de mala muerte, pagó veinte pesos por una cama con pulgas. Se acostó vestido, transcurrió empapado de sudor, se levantó con la ropa adherida a la piel, parecía desnudo.
No salió ileso de las sábanas.
Caminó con paso imperturbable, se ocultó de los diamantes que caen del cielo y de la felicidad. Se acerca, viene por mí, fatal, certero, como una bala.

María
*Nota: para hacer el comienzo, usé la estructura de un texto que me encantó, de Antonio Di Benedetto. A partir del cuarto renglón sigue por sus cauces naturales.

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