lunes, 31 de diciembre de 2007

AMOR REAL

Lo pusieron allí y de vez en cuando le echan agua, pero su apariencia no mejora. Me estoy secando, piensa el arrayán. Nadie se da cuenta, de a poco pierdo lozanía. Sus pequeñas hojas van cayendo sobre la heladera que le sirve de base. La dueña de casa parece desconocer lo básico para mantener viva una planta, o un árbol, porque se sabe que el arrayán es un árbol, o lo será en el futuro, si llega, claro.
Enfrente, a escaso metro y medio y con unas pocas hojas verdes, muchas amarillas y un sólo manojo de florecitas, un malvón está pasando por una situación similar, colgado de un portamacetas entre las dos aberturas de la cocina-lavadero. Lo riegan cuando es necesario, pero va camino de compartir el triste derrotero del arrayán.
Un día los cambiaron de lugar. Así fue como se encontraron los dos en el balcón, uno al lado del otro, muy juntos. El malvón, muy sorprendido con la nueva compañía, lo miraba de reojo, lo olía. Estaba a la vista que no producía flores. El al menos tenía un ramillete, aunque ya se estaba marchitando. Temblaba pensando que si no engendraba nuevos pimpollos, perecería.
El arrayán, mientras tanto, comenzó a sentir el calor de la proximidad de esa plantita insignificante que le habían puesto al lado. Él debería tener un lugar propio y bien amplio, con una base de tierra sustentable. De otro modo, ¿cómo cumpliría su destino de árbol?
Sin embargo, le caía bien el malvón. Por la noche, cuando la brisa era más fresca, sentía que se extendían sus ramas para alcanzarlo. Tal vez no le fuera indiferente tampoco y buscara su protección con el fin de acercarse y hacer amistad. ¿Por qué nó? Los dos parecían ser los únicos habitantes verdes de esa casa. La pareja tenía un hijo adolescente y estaban muy ocupados en su crianza. Lo mejor sería que unieran sus energías y se propusieran una vida en común para tener algún futuro.
Hoy, el arrayán y el malvón comparten el mismo espacio. Uno, con sus hojas tiernas y lustrosas inundando la maceta, el otro, luciendo orgulloso ramilletes de flores que van naciendo y muriendo en un ciclo sin fin.

Cristina Scarlato

1 comentario:

marisa dijo...

siempre me gustó ese tema del empecinamiento de la naturaleza, esas plantas que se empeñan en crecer aunque las condiciones sean las peores. esta bíen planteada la indiferencia de la dueña de casa, salvo, a mi parecer, en un punto. más que "un día tuvo una idea" me parece que tiene que juntar a las dos plantas por algo mucho más práctico. por ejemplo que las hojas manchaban la heladera o que quiso poner el microondas en ese lugar.
besos. marisa cucullu