martes, 18 de diciembre de 2007

ATARDECER

El atardecer transcurre a través de su ventana y la noche avanza sin defensas. Las hojas de papel que están esperando sobre el escritorio, no pierden su blancura con el paso de las horas. Ningún trazo las perturba. Mira los árboles, que van cambiando de color a medida que la oscuridad los cubre. El otoño está cercano, las hojas tomarán ese color parduzco y caerán indefectiblemente sobre el camino. Entonces, ella saldrá temprano una mañana, sus pasos crujiendo leves y rápidos sobre las hojas caídas. Se pondrá el gorro y los guantes para no sentir el frío del amanecer, aunque la temperatura no sea tan baja todavía. Ahora ya es de noche, no hay luna y las nubes amenazan tormenta. Lloverá, eso es seguro, el olor a tierra húmeda inunda la casa. Debería levantarse de su silla e ir a cerrar las ventanas, el viento las golpeará. Se siente de pronto reconfortada, como si esa tormenta inminente fuera un motor en marcha, que se dirige hacia algún lugar donde ella estará esperando. ¿Esperando qué? No lo sabe, pero de alguna manera ansía que suceda. Debe estar volviéndose loca, es evidente, estos pensamientos no tienen ninguna lógica. La soledad que buscó para dejarlo atrás la está alienando. Y sin embargo, cuando llegó a ese paraje, fue como si toda la vida hubiera querido estar ahí. Las sierras y el río cercano le dieron la bienvenida. Siempre disfrutó caminar a la orilla del mar, ahora será el río el que verá su figura inclinada a lo largo de la costa, cada mañana. Desde hace un mes planea estas salidas, pero hasta ahora no se decide. La pereza, y una vaga certidumbre de que el tiempo ya llegará, la dejan inmovilizada mirando los cristales la mayor parte del día. El vendaval de agua y viento, formando remolinos furiosos, la despiertan de golpe de su ensoñación. Toma impulso y corre de un lado a otro asegurando las persianas. Ahora se quedará sola otra vez. El paisaje está allá afuera luchando por sobrevivir al temporal y, cuando todo se calme, ella cumplirá su promesa del largo paseo matinal. Mañana mismo si fuera posible, no es saludable mantenerse encerrada. Ya siente la nostalgia anticipada del crujir de las hojas bajo sus pies. Sí, está segura de que se sentirá feliz, caminando bajo esos árboles cuando el otoño le ofrezca su alfombra dorada. ¿Fue la lluvia que salpicó su cara o son lágrimas las que corren tibias hasta su boca?

Cristina Scarlato

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