jueves, 13 de noviembre de 2008

Cerrado

CERRADO

El sábado por la tarde, tenía sed. Aprovechando que sacaba a pasear a mi perro, me acerqué al kiosco de la otra cuadra, pero ante mi sorpresa, estaba cerrado. Pensé que, por el intenso calor, el dueño habría decretado su día libre o tal vez, como yo, hubiera salido en busca de un árbol frondoso, con buena sombra, en el parque del barrio. Me fui acercando, mi perro tironeaba, sabedor del camino a su libertad, sus ganas de pisar tierra, olfatear pasto, encontrase con otros caninos. Pasé volando, el cartel en grandes letras rojas decía CERRADO, eso lo entendí bien, abajo en letras azules tenía otra leyenda que no alcancé a leer, lo haría a la vuelta.
Recordé a Federico García Lorca y a su libro “Poeta en Nueva York”, donde describió lo que ocurría en tiempos del caos financiero del 29. Lorca dijo, en una conferencia, refiriéndose a su libro:”Yo tuve la suerte de ver por mis ojos, el último crack en que se perdieron varios billones de dólares, un verdadero tumulto de dinero muerto que se precipitaba al mar, y jamás, entre varios suicidas, gente histéricas y grupos desmayados, he sentido la impresión de la muerte real, la muerte sin esperanza, la muerte que es podredumbre y nada más, donde las ambulancias se llevaban a los suicidas con las manos llenas de anillos”. El kiosco de la esquina cerró. Seguramente es otro cierre, de los tantos que podemos llegar a ver, de pequeños comerciantes, cuando sus vecinos se quedan sin trabajo y no pueden pagar sus cuentas, ni alimentar los pequeños vicios de un pobre: una gaseosa, una cerveza helada, cigarrillos o caramelos para los pibes. Cuando la crisis financiera afecta a los poderosos, los que menos tienen, aquellos que son prescindibles, Se convierten en el eslabón más débil de la cadena que se rompe y eso es lo que ya empezó a pasar. Por lo menos, ya se ven las pequeñas señales, aunque se silencie en los medios de información o el aparato político no quiera hablar de ello. Algo está pasando.
Caminar por el parque, me sirve para observar y también para reflexionar, aprovechando la oportunidad de pararme sobre la tierra, mirar el cielo, tomar fuerzas. Mañana, vendrá otro día, con sus problemas a resolver, sus locuras propias, sus exigencias, con la realidad que se me cae en la cabeza, antes aún de sacar mi cuerpo dormido de entre las sábanas y llevarlo a la ducha. La televisión, me hablará de los grandes y poderosos, que hicieron inversiones en bonos de papel pintado, en pedacitos de ilusiones de colores.
Lo cierto es, que el pobre quiosquero cerró, bajó las cortinas, puso un cartel escrito a mano con un marcador de trazo grueso, rojo, para que todo el barrio sepa que se fue. ¿Habrá vuelto a Perú? Ahora que lo pienso mejor y trato de acordarme de su cara, de los gestos del viernes, cuando le compré un paquete de pastillas, de esas que te enfrían la boca y uno se ve obligado a hacer ahhhhh, y a pensar que eso es refrescante, cuando me miró y me digo ¡gracias!, yo creí que era por las monedas.

Las letras azules eran chiquitas, íntimas, para ser leídas cuando uno estaba parado en la puerta y obligatoriamente debía detenerse, cómo lo hice yo, a la vuelta del paseo.
Hay miles de cosas que, a pesar de mi edad, no entiendo.
Como la de cerrar un kiosco, relativamente bien ubicado, frente a una parada de colectivos y dejar, en pequeñas letras azules, un testamento tan terrible.

“CERRADO
por falta de afecto”.

Víctor Troncoso

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