viernes, 4 de julio de 2008

UN NIÑO

¡Es un niño!
La exclamación llegó a través de la puerta que se entreabría para dar paso a la nurse con el bebé en los brazos. Sólo un hombre viejo y huraño la recibió, miró casi con indiferencia al recién nacido y se alejó caminando despacio. La sorpresa y el desencanto regresaron a la mujer de vuelta a la sala de partos, con la pequeña carga. Lo acostó al lado de la joven mamá, y se retiró discreta.
¿Para qué hacer preguntas difíciles?
El llanto débil y continuo quebró la tranquilidad de la habitación, una enfermera, en tono suave y cordial, conversó con la paciente por unos momentos. Luego, la trasladaron a la sala común del hospital, dividida por tabiques cada cuatro camas. En su sector, sólo la de ella estaba ocupada, a esa hora de la noche. Miraba alrededor las sombras proyectadas sobre las paredes, la soledad se hacía más profunda todavía. A su lado, en una cuna con barrotes de hierro, dormía su hijo, ¡su hijo!
¿Y ahora qué?
El amanecer se demoraba, la ventana de la izquierda tenía las cortinas descorridas, un triángulo blanco y brillante le hablaba de una luna que no lograba ver del todo. Sus ojos, irritados por largas horas de llanto y sufrimiento, no se rendían al cansancio. Pensaba y pensaba, la decisión, tan firme en un primer momento, ya no lo era tanto.
¿Tendría el coraje?
La tormenta arreciaba con furia, tras dos días de agobiante calor. El viento, los truenos y relámpagos eran incesantes. Por fin, el aguacero se desató sobre la ciudad. Desde la avenida, se vio a una delgada figura avanzar corriendo hacia la parada del autobús, que frenó bruscamente ante la inesperada aparición. La pregunta del chofer la trajo a la realidad y a sus brazos vacíos.
¿Hasta dónde va?

Cristina Scarlato

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