miércoles, 30 de enero de 2008

Penetró la bruma de mis ojos
incomprensiblemente aliada del camino
este camino que debo comenzar a conocer
plagado con dragones invisibles
y mares de voces
revoloteantes gaviotas del dolor
no sé por donde seguir
tal vez una leve brisa sea mi sendero
entre suaves sauces y palabras que de a poco nacen
y hoy
con tanto por dar me quedé vacío
vacío de aromas
vacío de sales
vacío del vacío mismo
duermo
sobre la arena que se adhiere a mi cuerpo
y absolutamente nadie logra despegar
tus palabras
aliento del infierno
suenan muy lejanas
tal vez entre los dos haremos un nuevo bosque
pero lo dudo
somos dos gotas de agua que no crecen
entonces para qué orar por la tristeza
si ella
como sombra aliada de las almas
permanece inalterable en mi mano desgastada.


Roberto Tarela
10-2007
Ella asoma su veneno
en el desierto entre lágrimas de fina arena
serpiente
buscadora del placer
imagen olvidada
sobre la sombra del camello
encuentras
oasis extraviados en los cuentos
sonidos misteriosos
el viento penetrando en mis recuerdos
los espanta
los aleja
y desaparezco
me hundo en la inmensidad de lo inalcanzable
palabras
sólo mi lengua acaricia
tu respiración
tu supervivencia
tu calor.


Roberto Tarela
12-2007

domingo, 27 de enero de 2008

Rápido. El tren no se detiene, los pasajeros esperan en el andén. El tren toca bocina, no se detiene, atraviesa el viento, la ciudad. El maquinista obedece una orden,- la palanca de frenos se empacó-
La Estación Villa Luro se ve dorada, el sol choca contra la chapa, ahora parecen dos soles. Dos soles iluminados por un tren que pasa, un tren que no se detiene.
El hombre del traje se queja, maldice en voz alta, promete que llegará hasta hablar con las autoridades, la chica de rojo sabe que llegará tarde; que otra vez llegará tarde, aunque se levantó temprano, aunque apenas desayunó. Tarde dirá el reloj. Tarde dirá su jefe en la ficha-nuevamente ha perdido el premio de puntualidad-. Otro maldito tren se ha llevado cincuenta pesos. Papel picado hecho de un billete de cincuenta pesos cae sobre un tren que no para, sobre un vestido rojo de jersey pobre que también tiene ganas de llorar y todo porque una palanca se empaca, como algunas mujeres que dicen “No”, porque ahorita no se les canta, y entonces aunque el maquinista la roce, y hasta la desarme en sus manos a la "señorita palanca” se le ocurre no hacer nada. Puede que esté deprimida o que hoy dijo: “ hoy quiero hacer nada”. Al maquinista le importa un pito la palanca, la gente del andén, los dos soles, él tendrá que quedarse doble turno y si no es esta máquina será otra, y, a decir verdad, le da lo mismo todas las vías, todas las máquinas, todos los pasajeros, hasta todos los suicidas que se tiran bajo el tren.
¿Y si la palanca se levanta sanguinaria? ¿ Y si no quiere responder la señal de detención, para terminar de una vez por todas, con todos los suicidas juntos y los que en el futuro alguna vez pensarán zambullirse bajo el vientre de acero de la máquina? Tal vez quiera sentir el vértigo de correr, sin sentir el ruido que hacen cuerpos a punto de morir bajo sus garras, saber, por fin, que no tendrá que detenerse y esperar que llegue la policía, los bomberos, la ambulancia, otra formación que se lleve a todos los pasajeros. Quizás hoy el tren sea más salvaje, que lo único que quiere es correr, correr, correr sin detenerse. Correr, rápido...

María otoño/07
Me colocaron cerca de la ventana, desde aquí veo los árboles: Un tilo dibujado como por un plumín y tinta china; un jacarandá luciendo sus costillas flacas, bañadas en sol y frio; en uno de sus brazos hay tres gorriones que hablan al mismo tiempo, comentan la nieve de julio y la fuga de la paloma.

En el edificio de enfrente una mujer en silla de ruedas, contempla el infinito en un punto, está ciega o enamorada.

Aquí, el gato tiene sus ojos puestos en mí, no comprende la causa de que su almuerzo esté rodeado de plantas que se despeinan bajo el agua como piernas de medusa.
El helecho bebe de un plato, prefiere la soledad del ermitaño. Desperezarse a su antojo, escribir su verso verde como una soga sin broches tendido a la luz. Su antecesor, calvo, pálido, con las uñas amarillas, no exhaló más dióxido de carbono, lo declararon muerto, creo que se atragantó de tanta palabra no dicha.

A veces observo con claridad, otras lágrimas transforman todo en sombras borrosas que se acercan, se van o ignoro. En un espejo me he visto, soy rojo, todo rojo con iris dorados y pupilas como lunas negras. Tengo alas que no vuelan, ¿tendría adónde? Voy y vengo en este pequeño ataúd transparente sin sellar, al que llaman pecera. Hubiera preferido el mar, el río, un lago, hasta un estanque, pero no, amanecí en este pequeño bowl. Tengo agallas ¿sirven?

Voy y vengo, pero nunca al mismo lugar, estoy buscando un mapa, olvidé mis valijas y la cruz del sur. Mi nariz toca el piso, reflexiono. Subo a la superficie, pienso. De la nada a la cima, me desangro. Desde la superficie hasta el fondo, se alimenta mi existencia. Llevo mis ojos a los pies de una mosca color violín que cruza el aire, me doy cuenta de que extrañaré la lluvia.

Amanecí así, cuando me acosté deseé ser sordomudo, quise desenmarañar, desmenuzar esta cuerda que se me enreda en el cuello, pero en el más absoluto silencio. Ahora estoy aquí con branquias, respirando agua sin morir.

Un pájaro me desvela, en realidad ya no duermo, no sueño, voy y vengo, sólo eso.

María invierno/07