La mujer estaba inmóvil. A su lado transitaban ajenos por completo a ella, parada ahí, en la esquina, como si nada.
Sus lágrimas caían sobre la vereda formando pequeños lagos circulares. Poco a poco se fueron extendiendo y ahondando. Cuando ya nada se pudo hacer, más que flotar aferrados a los árboles o columnas de alumbrado, ella se elevó en un segundo. Desde arriba veía a toda esa multitud casi ahogándose a causa de su llanto incontrolable.
No podía evitar seguir llorando ante tan inesperada catástrofe y a medida que ascendía, los rayos del sol traspasaban esa gran cascada, describiendo el arco iris.
Cristina Scarlato
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