Ahí vive con la abuela, dijo, con sus ojos más allá de mí, absorto en el recuerdo. La mordedura de los celos caló hondo, pero me recompuse para sonreirle y continuar caminando por el muelle, cerca del agua. El viejo caserón, similar a un castillo, guardaba la imagen de una mujer desconocida, que lo había abandonado. Creí ver un movimiento en el cortinado de una ventana e imaginé a alguien mirándonos. Los besos más tarde en la oscuridad del cine, las manos inquietas y ávidas en las caricias, borraron por un momento a esa otra inolvidable.
Nunca más supe de él, lo arranqué de raiz.
Abro los ojos, siento en mis labios los suyos, aún despierta, y aunque sé que no me quiso, resurge ese beso, como la primera vez.
Cristina Scarlato
domingo, 16 de diciembre de 2007
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