miércoles, 19 de noviembre de 2008

TINIEBLAS...

Mis pasos me van llevando despacio, no puedo ver un metro más adelante. Todas esas tontas ilusiones, hoy parecen formar parte de un cuento leído de pequeña, conservado en mi memoria para siempre. Luces difusas, me dicen que la niebla aumenta, a medida que avanzo.

Su cabeza inclinada, su pelo rubio encanecido, tan cerca de mis manos, y sin embargo, tan lejos ya de mi propia vida. Lo miré largamente y no pude decirle nada, yo nunca había tenido un lugar en su corazón. La mujer a quien él había amado, acababa de morir. Dejé caer mi cuerpo, agotado por el esfuerzo, en una de las sillas. Aguardé a que desfilaran todos los que querían dar sus condolencias y luego, tomando de la mesa una de las tarjetas, salí a la calle. Las tinieblas me envolvieron. Y acá estoy, caminando sin rumbo, en mis ojos, el fuego abrasador de lágrimas que no se deciden a salir. Tropiezo con algo y miro hacia abajo. Apenas se ven, de chiquitos que son: dos, tres, ¿cuatro? La madre se acerca y me huele desconfiada, “¿esta extraña será de ayuda?” Con mucho cuidado, los tomo en mis brazos, ella me sigue de cerca. Llego hasta la esquina y casi no veo la de enfrente, supuestamente ahí tendría que estar la veterinaria. Los miro, desvalidos, hambrientos y me veo a mí misma, así me siento. Cuando cambia el semáforo, cruzo y la perra detrás. Ambas entramos al local y entre las dos, decidimos un futuro en común.


Cristina Scarlato

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