sábado, 24 de mayo de 2008

La gata

Y cayó como el hombre prendido a su sueño.
ABELARDO CASTILLO

No sé si puedo a atreverme a escribir esto, es que no siempre se siente tan claro, ni todo es tan cierto como para contarlo y que sea interpretado de la misma manera. No es culpa de nadie pero ocurre, siempre ocurre, no todos sangran, ni a todos les es dado el privilegio de los sueños.

Viajábamos y me decías que iban a estar esperándonos en la Villa, te juro que no entendía el cómo ni dónde, pero cuando llegó un auto y nos llamó con su bocina, me dijiste muy suelta de cuerpo que era un enviado por los brujos de la Villa y yo lo miraba al hombre y él me miraba con ojos de espanto. Lo cierto es que te saludó, hablaron algo que no entendí y me diste la orden de que subiera en la parte trasera de la camioneta y eso fue lo que hice. Era una noche oscura, había muy pocas luces encendidas en el pueblo, fuera de temporada. (ahora las palabras saltan solas sobre el papel) porque yo no había pensado poner Gesell, porque dudaba si se escribía con una o dos eses, pero la palabra se acomodó sola, de un brinco y compuso sus caracteres sobre lo blanco de mi hoja, pero no era una noche blanca, me rondaban en la cabeza las ideas: de un refugio de nazis o de brujos, algo que era muy probable en la soledad de un pueblo sin asfalto y en invierno.
¿Me pareció a mí o el señor que nos recogió con su furgón era el hombre lobo? pero por las dudas, después que nos instaló en su garaje, le dije, —muy buenas noches— y él me volvió a mirar a los ojos, sin contestarme.

Fuese como fuese y haya ocurrido antes o después, esa noche yo esperaba que en algún momento pudiera abrazarte tiernamente y copular en la conjunción de Saturno, pero vos te refugiaste en pequeños juegos mágicos de encender velas con tu poder mental y las muy tontas hacían lo que vos querías y se aburrieron de prenderse y apagarse sólo al dictado de tus ganas. Cuando se te ocurrió, me acariciaste.

Estaba conciente y caminaba entre nubes y extendía mis manos y mis dedos se humedecían con las gotas de mar en los cielos del espíritu y recorría a dos mil metros de altura una quebrada, un valle, en tinieblas, por eso no me llamó la atención que tu cuerpo tuviese ese olor tan especial y tan fuerte, mientras transitaba tu constelación de Andrómeda y bajaba por la cordillera de tu espalda y me enredaba en los retorcidos bucles dorados de tu monte de venus, tus labios rosados, brillantes, húmedos, (Lucy, brillabas en el cielo con diamantes), con tus sueños irreversiblemente puros, de sudar al calor de un hogar de quebrachos ardientes.
En el pinar estaban tocando música clásica y miles de duendes y hadas vivían de fiesta en fiesta, hasta que llegamos nosotros y dejaron de danzar y se quedaron callados, mirándonos, Gaspar nos reconoció enseguida y vino a nuestro encuentro con los brazos extendidos y nos abrió la puerta para salir a jugar. Y aprovechaste para desenrollar tu largo vestido de puntillas y tules, siempre fuiste un personaje, recuerdo habértelo dicho, cuando te colocaba una flor en tu pelo, mientras girabas hasta caer sobre tus pies, embebida de cielos. Yo vestía de verde, la verdad no se porqué, pero estaba completamente verdecido, reverdecido, iluminado.



Pero no quiero olvidarme que les estoy contando esto, creyendo que todavía escuchan con atención, pensarán, seguramente, ¿y?, perdonen, yo también lo pienso, mas no puedo dejar de decirlo, porque los hechos duraron minutos o años, no lo puedo descifrar, sucedieron, posiblemente, en una noche como ésta.
No se lo que me pasa, o lo intuyo y no quiero darme cuenta, había una vez una princesa revestida de soles, con poderes extraordinarios (regalo de seres estelares) que hablaba de otros cielos habitados por criaturas luminosas, que convivían con nosotros los humanos en un mismo plano de existencia, sólo por un pequeño tiempo, por una breve jugarreta del destino.
Ocurrieron cosas increíbles, navegábamos por toboganes de agua de colores, bebíamos vida, danzábamos entre las estrellas, y una lluvia de meteoritos a nuestro alrededor, viajando a cientos de miles de kilómetros (si pudieran medirse).

Estábamos contemplando las brasas y yo tenía los ojos duros de mirar sin ver y rojos por el humo de los leños, (porque no nos habíamos movido ni un centímetro). No recuerdo cuándo me quedé dormido. Soñaba plácidamente, estaba pleno y feliz.
Nos llamaron para avisarnos que ya era casi el mediodía.
Te busqué y no estabas a mi lado.
Ya no estaba, ni yo con ella y, pensándolo bien, ni recuerdo su nombre.
A mis pies, ronroneaba una gata de angora blanca.

Y nos tuvimos que ir hacia la playa y me acompañaste hasta la puerta (y te quedaste en el umbral lavándote la cara con la pata derecha y me dijiste creo que miau , un miauuu largo), se cerró el portón y me fui solo, arrastrando los pies llenos de arena. Yo tenía un morral en bandolera y busqué en el fondo algo para ponerme en la boca, porque recién en ese momento sentí hambre y sed y desesperación.

Lo supe porque lo supe, ya no pertenecías a esta raza humana, esa noche bajaron de los cielos una escalera o te trepaste hasta la última rama del árbol mágico y te iluminaste.
Y como la lluvia moja mi cara en esta madrugada, cuando camino de vuelta a casa, así me sorprendiste con tus juegos de niña caprichosa, pero hay algo que nadie podrá borrar de mi memoria: me acariciaste, dulcemente, me acariciaste, muy dulce, la mente.


Pasaron muchas temporadas desde aquel Gesell.
Nunca localicé de vuelta aquella calle, ni la casa, ni a la Gata. Volví varias veces al “Bar o Bar” busqué entre las montañas de cáscaras el poema que la preanunciaba, que me había escrito el Negro Julio cuando actuaba en “Hair”, pero lo único que encontré fue un cementerio de burgueses consumiendo historia, la vida de los otros, la apariencia de una mezcla mal cortada., pero esa es otra punta de un ovillo todavía sin hilar.
Víctor Troncoso

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